lunes, 7 de julio de 2014

“El narcotráfico es un virus que se contagia”

Fuente: Diario La Voz



Asegura Juan Carlos Velásquez Rúa. El cura colombiano trabaja en procesos de paz con bandas de narcotraficantes. Su experiencia puede ser valiosa para establecer alertas sociales tempranas.
Una voz autorizada. “Para prevenir el ingreso de
los chicos a las bandas narcos, empezamos a hacer un proceso de transformación humana integral a partir de los 12 años”, comenta el padre Juan (Gobierno de Córdoba).

Con pelo enrulado hasta los hombros, camisa abierta, barba, zapatillas y su lenguaje simple, humilde y amistoso, el padre Juan (como le gusta que lo llamen) parece más un militante político que un religioso y consultor permanente de la OEA.

Hace 10 años que el padre Juan trabaja en los procesos de paz con las bandas organizadas de Medellín. En marzo estuvo en Córdoba invitado por la Legislatura para ofrecer una charla sobre “Juventud, cultura y violencia urbana”, un tema que es preocupación creciente en nuestra provincia. Si bien aquí no llegamos a los niveles de violencia que hace no tanto aquejaban a Colombia, el ejemplo regional sirve a los fines de prevenir una guerra urbana entre bandas de narcotraficantes.

Colombia hace 60 años era un país rural pero entonces se produjeron tres grandes acontecimientos que llevaron a la concentración de la población en esa ciudad: el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, que desató una guerra partidaria en la cual muchos colombianos buscaron refugio en la ciudad; el boom de empresas agrotécnicas; y el crecimiento de grupos paramilitares.

Todo esto, sumado a “movimientos truncados”, como el sindicalismo, la guerra de guerrillas y la teología de la liberación, llevó a un inconformismo que a su vez generó más violencia. El cuadro se completó con el surgimiento del mayor narcotraficante colombiano, Pablo Escobar, que generó un antes y después en ese país.

“Éramos tan ingenuos e incautos que, al comienzo, la mafia era vista como buena. Ese espejismo maravilloso del narcotráfico nos deslumbró y permeó a toda la sociedad. Por ejemplo, mi papá era pintor de casas; antes de Pablo, por pintar una casa le daban 100 dólares, después de Pablo ganaba mil dólares”, ejemplifica.

Pero luego de esos años de bonanza siguió el terror del narcotráfico.

“Cuando salíamos de casa, mi madre nos daba una bendición. No sabíamos si era la última porque los carro-bombas explotaban en cualquier lugar. Y no se podía salir luego de las ocho de la noche, porque podías ser considerado un delincuente y terminar en un calabozo”, recordó el cura.

“Cuando mataron a Pablo, quedó un ejército de 350 sicarios que empezaron a delinquir, robar carros y realizar secuestros exprés. Luego llegaron las milicias populares de izquierda para sacar las bandas de los barrios, pero comenzaron a cobrarle a la gente y a tener control sobre las plazas de vicio (lugares de venta de drogas)”, explicó.

Allí surgieron procesos de autodefensas de fuerzas paramilitares que tomaron el control total de la ciudad. Diego Fernando Murillo, conocido como “Don Berna”, fue el jefe paramilitar más popular que se mezcló con las mafias. En 2008, fue extraditado a Estados Unidos a pedido del expresidente Álvaro Uribe y hoy está acusado de 450 delitos.

A Berna, le siguieron “Sebastián” (Ericcson Vargas) y “Valenciano” (Maximiliano Bonilla), dos capos de la mafia que se disputaron entre 2008 y 2010 el territorio tramo por tramo, convirtiendo a Medellín en un verdadero escenario de guerra urbana. Se estima que más de 5.500 personas murieron entre 2008 y 2011 a causa del enfrentamiento entre los dos capos narcos.

Luego de que “Valenciano” y “Sebastián” se entregaran, en 2011 y 2012, respectivamente, tal como resalta “el padre Juan” (aunque la versión oficial dicta que fueron capturados), comenzó a mermar la cantidad de muertes por la lucha territorial.

“El narcotráfico se convirtió en una pesadilla para nosotros, una pesadilla en la que hasta hoy cargamos con el estigma. Cuando digo que soy colombiano nadie me dice: ‘¡Ey! Usted es parcero (amigo) de Juanes, usted fue vecino de Chicho Serna, usted es de donde el café tiene aroma y sabe como en ningún pueblo’. No. A mí me dicen: ‘Usted es colombiano, usted tiene coca’”, afirma el padre Juan y cuenta que a su llegada a Argentina, en Ezeiza, por ser colombiano, debió pasar por una cámara de rayos X para saber si traía droga dentro de su cuerpo.

Trabajo social en comunas

El padre Juan comenzó a trabajar con los jóvenes de las comunas –o “combos”, como las llaman los colombianos– que sufrían las consecuencias del narcotráfico. Esas consecuencias son violencia, exclusión, pobreza y adicción.

“Empezamos a trabajar con los muchachos de 17 a 24 años, los que ustedes llaman ‘soldados’ de las drogas, pero nos dimos cuenta de que cuando lográbamos sacar 100 muchachos de las bandas había otros 200 listos para entrar. Entonces empezamos a trabajar con los ‘cachorros’, que son los jóvenes que tienen entre 12 y 17 años, empezamos a hacer un proceso de transformación humana integral”, explica el cura.

Este proceso, llamado Forja, trabaja no sólo sobre la evangelización sino sobre otros aspectos de la vida humana, con baile, apoyo escolar, guitarra, inglés, teatro, manualidades, formación de valores y sanación personal.

Incluso, un día a la semana dictan una clase de “Etiqueta y glamour”, gracias a una señora de clase alta que trabaja como voluntaria para enseñarles a comportarse en la mesa.

“Una vez, llegó esta señora interesada en el trabajo que hacíamos y pensé: ‘Qué bien, quizás su esposo nos pueda ayudar con donaciones’. Pero no. Pasó algo maravilloso con eso. Les empezamos a decir a los jóvenes: ‘Aprenda a comer, porque usted es una persona importante. Aprenda a comer, porque usted se sentará en un buen restaurante’. Ese detalle les hizo un clic en la cabeza. Los jóvenes empezaron a pensar: ‘Yo soy persona, yo soy importante, yo puedo tener sueños’”, cuenta.

Además, recibe a diario en su casa a 45 jóvenes con insuficiencia alimentaria que almuerzan gracias a la ayuda de la comunidad.

Juan insiste en la búsqueda de alternativas para los jóvenes de alto riesgo para reducir los niveles de violencia. Obligadamente, esas opciones pasan por la promoción de la educación, el empleo y la integración social. Además, sostiene que se debe trabajar en el fortalecimiento familiar porque “el narcotráfico en Colombia acabó con la familia”.

Lamenta, eso sí, que haya desaparecido la asistencia estatal. “Podemos decir que no tenemos partidos políticos en Colombia; lo que hay es clientelismo político. Lo importante para ellos es el negocio. No hay conceptos militantes ni ideológicos”, remarca.

También señala la falta de planificación de algunas políticas de Estado lanzadas por el gobierno. Por ejemplo, con el fin de llevar adelante un Plan de Desarme de los chicos que viven en los “combos” de Medellín y promover la educación, el gobierno colombiano lanzó una convocatoria para premiar a aquellos que entregaran un arma con una beca de estudios. El resultado no fue el esperado. “Algunas madres, con tal de que sus hijos estudiaran, compraban armas a las bandas y se las daban a sus hijos para que se las entregaran al gobierno”, cuenta el cura.

Consultado sobre su visión sobre la situación en Argentina, su idea es que no estamos exentos de sufrir el terror del narcotráfico como en Colombia. Sin embargo, en su opinión, Argentina tiene la ventaja de poder prevenir el asentamiento de los carteles en el país.

“Ustedes tienen una ventaja: pueden aprender de lo ocurrido en El Salvador, México y Colombia. Es una ventaja para despertar. A nosotros nos costó cinco años, vidas y vidas, y ahora cargamos con el estigma toda la vida por el hecho de ser colombiano”, afirma. “A veces somos lentos para actuar, pero hay que pensar que el narcotráfico es un virus que se contagia”.

Perfil

Juan Carlos Velásquez Rúa tiene 39 años y es párroco en la ciudad de Itagüí, en la parroquia Santa María Madre de la Iglesia, de la diócesis de Medellín, la segunda ciudad más poblada de Colombia con tres millones de habitantes. Es consultor de paz para la Cruz Roja Internacional; fundador del Centro Interurbano de Reconciliación (Ciur); delegado arzobispal del Plan Desarme en Medellín; asesor de la Comisión de Vida, Justicia y Paz; y consultor en la corporación Casa de Paz.

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